Para que América Latina escape definitivamente del perverso ciclo entre el despotismo abierto o disfrazado y la anarquía hay que rescatar el oficio de la política.
Hay que desenmascarar la “antipolítica”, que no es otra cosa que una posición política no democrática. Hoy abundan los que hacen política afirmando, sin ruborizarse, que no son políticos.
Fernando Savater decía: “La decepción de la política trae la búsqueda de figuras que, partiendo de ella, le prometen a la gente que la van a salvar de la política, en lugar de tratar de hacer una mejor política. Yo desconfío profundamente de esos personajes, que siempre dejan a la ciudadanía en una condición de tutela y vasallaje”.
Francisco Franco dijo una vez: “Haga como yo, no se meta en política”, Hitler: “¿Política? Yo ya no hago política. Me repugna”. Fidel Castro: “No somos políticos, hicimos la revolución para echar a los políticos”.
En efecto, como nos dice el politólogo británico Bernard Crick, “los regímenes totalitarios son explícitamente antipolíticos”.
Aristóteles llamó a la política “ciencia de las ciencias”. Aristóteles se refería a que, sin la política (pluralista), todas las demás “ciencias” o intereses se encontrarían con que o bien faltaría un principio ordenador que estableciera las prioridades en cada momento y circunstancia entre reivindicaciones rivales sobre recursos siempre limitados (lo que equivaldría a la anarquía), o bien una de las ciencias o intereses se impondrían a los demás (lo que equivaldría a la tiranía).
Hay que desenmascarar la “antipolítica”, que no es otra cosa que una posición política no democrática.
Sadio Garavini di Turno
Efectivamente, la política, en una democracia pluralista, puede definirse, dice Crick, como “la actividad mediante la cual se concilian los intereses divergentes dentro de un territorio”. Por eso, agrega que “la política es creadora de civilización”.
En cambio, con el caudillo autoritario: “Se crea la necesidad de fabricar la popularidad, de mantener el entusiasmo de las masas, de mecanizar el consentimiento, de destruir toda forma de oposición. El pueblo es inmovilizado por las noticias constantes (solo en parte reales o totalmente inventadas) sobre conspiraciones contra la nación y el partido, y luego movilizado por la esperanza de ver cumplidas las grandiosas promesas de enormes beneficios futuros (siempre futuros)”.
En la América Latina del siglo XXI, es necesario relegitimar la política y los partidos políticos democráticos.
Fernando Savater nos dice que “no hay comunidades libres sin ejercicio permanente, consecuente y públicamente asumido de la política”.
Agrega Savater: “Intento mejorar la democracia realmente existente pero desde dentro, porque no conozco ni creo en otro proyecto político mejor. Tampoco lo echo de menos: si la utopía ha muerto, ni siquiera pienso enviarle flores.