La Secundaria del Colegio México fue una etapa inolvidable en nuestras vidas. Es diferente de la primaria en donde se inculca a los niños la educación básica. La escuela secundaria busca proveer un alcance de conocimiento mientras prepara a los estudiantes a convertirse en adultos, pasar a la preparatoria y finalmente ingresar a las instituciones de educación superior, y llegar al mundo laboral.
Entre la primaria y la preparatoria se encuentra esa etapa muy necesaria que puede definir gran parte de la personalidad y de los intereses de los adolescentes: la educación secundaria.
En primaria tuvimos acceso a conocimientos básicos del español: las reglas de ortografía, de puntuación, de acentuación y la conjugación de los verbos. De las bases de la Geografía y la Historia. La Educación Física, y la clase de Canto. La clase de Biología. Y de materias inentendibles como la Aritmética y el idioma inglés. Todo ello acompañado de nuestras lecciones diarias de Historia Sagrada.
En la secundaria se reforzaron esas materias e ingresaron nuevas: la Física y la Química, la Encuadernación, el Álgebra; los siguientes niveles de Biología, Educación Física y Deportes, inglés, la Historia y la Geografía de nuestro país y del mundo entero.
Nuestra época fue bellísima y divertida. No puedo dejar de lado todo lo que aprendimos de nuestros buenos maestros cuyos apellidos relaciono más adelante. No podremos olvidar nuestros talleres de Encuadernación, de Física, de Biología; nuestras peregrinaciones a pie hasta la antigua Basílica de Guadalupe; nuestras intervenciones en el coro del Colegio en la propia Basílica, en la Iglesia de la Sagrada Familia, y la de la Inmaculada Concepción.
Vendrán a nuestra memoria el tañir de la campana de fin de clases, y salir corriendo para ir a comer chicharrones con salsa y pepinos en la esquina de Mérida y Puebla, y después saludar y enviar besos a las muchachas del viejo Colegio Oxford de la calle de Córdoba, chamaconas que nos miraban felices desde sus balcones y ventanas. De pasadita nos deleitábamos con el maravilloso jardín que tenía la casona de la esquina de las calles de Puebla y Córdoba con un pueblo en miniatura y sus figurillas que parecían moverse. En esa calle de Córdoba, casi esquina con Durango estaba la casa del entonces arzobispo Primado de la Iglesia Católica, don Luis María Martínez, quien nos recibió dos o tres veces y nos dio su bendición.
Bueno, pues finalizamos el ciclo de secundaria en 1954. Recibimos nuestros Diplomas, que mucho nos enorgullecían, y también el documento que acreditaba que subíamos al siguiente nivel: la preparatoria, el CUM.
Nos fuimos con el corazón henchido de alegría y agradeciendo las atenciones, conocimientos, reprobadas y regañadas de nuestros maestros Estrada, Eloy T. López, Elías Rodriguez, Constancio Córdoba, Daniel Nava, Andrés Baca, Agustín Lemus, Adrián Uribe, Baltasar Santillán, Guillermo Orta, Jesús Gil, Ubaldo Arnaiz, Genaro Ruiz de Chávez, Ignacio Ocaranza, Gonzalo García. Todos ellos encabezados por el gran director de la secundaria, el maestro Gabriel Moulin Valle. Seguramente he olvidado alguno, lo cual lamento mucho, pero la memoria no provee más.
Tampoco podré dejar de mencionar a mis queridos compañeros y amigos, a quienes llamo cuasi-hermanos,
Quiero agregar que mi participación en la Academia Cultural del Colegio, y en los laboratorios de Física y Química me hicieron imposible cumplir con la secuencia de La Voz Que Ruge. Pero no lo olvidamos, porque en la preparatoria volvió a surgir este modesto medio de comunicación, de esa comunicación de la que se habla desde que el hombre tuvo voz.
Cuando aquellos antropoides de edades milenarias salieron de sus cavernas empezaron a emitir sonidos guturales para comunicarse con sus semejantes.
Por ello, la comunicación ha sido, es y será la principal actividad humana, comunicación rústica, rupestre, a voces, con luces, escrita, con cables, con pulsos, analógica, digital. Pero siempre, comunicación. Los papiros de los asirios, los egipcios, los esenios, los romanos, los maravillosos trabajos de amanuenses, para llegar a la fabulosa invención de la imprenta de Gutemberg en el siglo 15.
MIS PALABRAS EN EL ANUARIO ESCOLAR 1956 DEL CUM
Un año más… ¡el último!, si, el último que pasamos bajo la directa luz de María Santísima. El año próximo no será ya lo mismo. Ningún maestro se preocupará en lo sucesivo por nosotros. Muchos habrán pasado 11 inolvidables años bajo la tutela Marista. Otros tal vez 5,2, o quizá solo uno. En fin, todos tenemos recuerdos del pujante y HHH salón 34 durante 1956. Más tarde recordaremos con cariño las inolvidables horas que pasamos entre las 4 paredes que nos recibieron el primer día de clases: alegrías, tristezas, risas, regaños y tantas cosas más que escapan de pronto.
Vendrá a nuestra memoria la graciosa figura del vaquerazo “petus” Cepeda; de Toño Ameijeira; el “pémex” Rocha; las continuas entregas a “morfeo” de Maqueo; la tremenda quijada de Espinosa; el hombre telegrafista Nieto; el “fernandel del 34” Iragorri; el matehualense Perez B.; el “perry” del salón Alonso; el inquieto “gen” Neto Castañares; el pompis Olaguíbel. Recordaremos con nostalgia a la excelencia de la clase, el escarlata Casillas; al brasileño Mier; el único “mapache” Iturralde del CUM; también al “mapache junior” de una sola ceja, Luis García; al hombre más “aficionado del 34” Lomas; al chamacón más cotizado del HHH salón 34, A.J.K.C. (Alex Javier Chaoul); al campeón de los camarones y camarón de los campeones, Mario Lozano (primo de Salinas de Gortari); el milimetrado Walter Vogt y su recíproco y encorbatado Baturoni; el violinista más feroz del mundo, León; el tequilero Chavolla Gómez…y muchos más que es imposible nombrar.
Nuestro glorioso salón del tercer piso se vio amenazado por las expulsiones en Psicología, los regaños continuos en Física y Moral, pero sobre todo por la reaparición de “LA VOZ QUE RUGE”, único grito de libertad del HHH salón 34, y único periódico u órgano oficial de algún grupo del CUM, que irritaba a algunos de la clase y en cambio favorecía a otros. Nuestro salón tuvo algo bueno ¡díganlo si no mis compañeros! Doy las gracias desde aquí en todo lo que vale a los entusiastas colaboradores de “LA VOZ QUE RUGE”: Neto Castañares, Pimín Espinosa, el Rojillo Casillas, Lalo Pérez Barba, Mario Castilleja, y en general a todo el salón.
Casi al final del año escolar, nuestro maestro titular me solicitó un texto para el Anuario Escolar 1956 del CUM. Así ocurrió en cada salón. Años después me sentí muy orgulloso de esa participación mía cuando me percaté que mi compañero de pupitre en 1953, el gran intelectual mexicano, novelista y poeta premiado varias veces José Emilio Pacheco también escribió el texto de su salón. Quisiera incluirlo, pero el espacio no lo permite.
He aquí mi texto de Despedida:
“Espero haber podido resumir en estos pocos renglones lo mejor, los ratos de humor, lo sobresaliente, en fin, de todo un poco. Solo un favor les pido: no olviden nunca nuestra gloriosa clase porque en ella nos pulimos como hombres para un futuro mejor con los sanos y sabios consejos de nuestros estimados Maestros.
Tornarán otras primaveras, los ciruelos florecidos se vestirán de blanco, otros cálidos y prolongados estíos vendrán en los que las praderas resonarán con el agreste llamado del alce olímpico, pero los momentos vividos no tornarán jamás. Solo la huella de ellos quedará, así como el tardío reconocimiento a quienes guiaron nuestros anhelos juveniles.
De lejos pasará el grato y melancólico recuerdo de amistades entre muchas de las cuales se alzarán los invisibles muros de la envidia o del sentimiento que hacen juzgar al hombre por la ropa que viste. Y por último el amor a la dulce María, azulado lucero, guía en nuestro peregrinar…”
Francisco Fonseca N.