La esposa de don Gerontino les contó a sus amigas: “Le di a mi esposo Viagra y funcionó, pero se me olvidó darle la pastilla para la memoria y no supo qué hacer”…
Carencio, hombre de condición humilde, estaba enamorado de Gastela, joven mujer con gran sentido práctico de la vida. Le dijo el rendido galán a su dulcinea: “Ya sé que no tengo una mansión como la de mi amigo Crésido, ni un yate ni un avión como los suyos, ni los millones de dólares y euros que tiene él, pero nadie te amará jamás en la forma en que yo te amo. ¿Cómo te lo puedo demostrar?”.
Al punto respondió Gastela: “Preséntame a tu amigo Crésido”…
Si mis cuatro lectores hubieran conocido al señor licenciado don Felipe Sánchez de la Fuente habrían quedado seducidos por el personaje. Era él, en efecto, todo un personaje. De estatura procerosa, cabeza leonina y buena traza, vestía elegantemente y llevaba siempre en la mano un par de guantes de fina piel de Rusia que nunca se calaba. “Es un adorno personal” —decía al indiscreto que le preguntaba la razón de esa costumbre.
Eminentísimo orador, su voz tenía sonoridad de trueno. Yo lo oí pronunciar un discurso en el Teatro de la Paz, de San Luis Potosí. Lo concluyó con esta frase: “Para salvar a un México crucificado es necesario que nos crucifiquemos en él”. Una ovación interminable, el público puesto de pie, rubricó esa oración castelariana.
Don Felipe fue rector de la Universidad de Coahuila y magistrado presidente del Tribunal Superior de Justicia en el Estado. Pero fue sobre todo un humanista. Había una expresión que detestaba igual que si la hubiese oído en labios del demonio. Esa expresión era “el mercado de trabajo”. Declaraba con tono enardecido: “El trabajo no es una mercancía. Es una prolongación de la persona humana, y tiene su misma dignidad. Con su labor el hombre no solo gana el pan: también transforma al mundo. Considerar su trabajo un objeto de mercado es rebajarlo al nivel de las cosas que se compran y se venden, y equivale a ver en la persona una mercadería”.
Razón de sobra tenía don Felipe al reprobar esa expresión. Larga y cruenta ha sido la lucha de los trabajadores del mundo para lograr condiciones dignas de trabajo. Generalmente esas conquistas han debido ser arrancadas por la fuerza a los dueños del poder y del dinero. Saludo entonces la aprobación por parte del Senado de la iniciativa tendiente a alargar el período de vacaciones de los trabajadores, con lo que se mejora su condición laboral. Habrá, desde luego, quienes critiquen esa concesión alegando bajas en la productividad, la competitividad, la costeabilidad, etcétera, pero yo pienso que el trabajador será mejor cuanto mejores sean sus condiciones de trabajo.
Lo digo porque empecé a trabajar formalmente a los 14 años, y algo sé entonces sobre el tema. Bienvenida sea esa aportación de Morena al bienestar de los trabajadores.
Fray Goliardo conversaba con un turista que llegó a conocer su convento. El visitante quiso saber qué clase de vida llevaba el monje en el claustro, de modo que le preguntó: “¿Fuma usted?”
“Sí —respondió él—. Claro, con moderación”.
Inquirió el viajero: “¿Bebe usted vino?”
“Sí —contestó el religioso—. Claro, con moderación”.
Otra pregunta de más fondo hizo el visitante: “¿Practica usted la castidad?”
“Sí —repuso fray Goliardo—. Claro, con moderación”…
Don Valetu di Nario, señor de edad madura, comentó: “Dicen que el cuerpo del hombre y el de la mujer son muy diferentes, pero en ocasiones actúan de manera muy semejante. A mí se me acabó el deseo sexual, y al mismo tiempo a mi esposa le desaparecieron esos dolores de cabeza que le daban todas las noches”. FIN.— Saltillo, Coahuila.