La «polarización» es un concepto que suele ser malentendido, y que el autor de esta columna para CIPER, académico de Derecho, describe a continuación en sus muchos sentidos y alcances precisos, con ejemplos generales y también en lo recién visto durante la preparación de un nuevo proyecto constitucional para Chile: «Si los diferentes sectores políticos solo están dispuestos a defender un conjunto estrecho de ideas, totalmente inasumible por los adversarios, la posibilidad de llegar a acuerdos disminuye considerablemente y la democracia se paraliza […]. Las diferencias entre votantes de distintos sectores políticos sobre los contenidos mínimos que debería tener una Constitución son menores que las diferencias basadas en la moralización del debate público, moralización que es en gran medida la causa de comprendernos bajo una lógica maniquea de amigo/enemigo.»

  

Cuando en los medios de comunicación se habla de polarización política, suele hacerse referencia a que los discursos o posiciones son más radicales de lo que eran hace unos años; es decir, que las posiciones de la clase política y la ciudadanía son más extremas y se encuentran más distantes del centro. Sin embargo, tanto en filosofía como en ciencia política la polarización no es sinónimo de radicalización de posturas, sino más bien de la organización de la ciudadanía en identidades políticas o ideológicas contrapuestas. Una sociedad está más polarizada cuando una mayoría de lo/as ciudadanos se identifican más abierta y fuertemente con las posiciones de un determinado grupo político-ideológico. Así entendido, en un contexto polarizado habrá menos personas con posiciones moderadas o independientes. Esta situación se expresa con claridad cuando una sociedad, y los grupos políticos que representan los intereses de diversos sectores, se enfrentan a una votación del tipo “Apruebo” o “Rechazo”, como la que nuestro país tendrá que enfrentar por segunda vez en menos de quince meses ante una propuesta de nueva Constitución.

Resulta importante destacar que la polarización política se asimila a la consistencia ideológica; esto es, a la adhesión muchas veces acrítica que se mantiene frente a posiciones defendidas por «mi sector». En cambio, un sujeto moderado podría tener una posición progresista sobre unos temas y conservadora sobre otros, justamente porque su identificación con la posición de «su lote» es más tenue y, por tanto, su consistencia ideológica es menor. Asimismo, dentro de un contexto polarizado en sentido político-ideológico, aquellas personas que muestren una consistencia ideológica menor serán rápidamente excluidas de las posiciones de poder y la toma de decisiones, por ser consideradas carentes de compromiso político o abiertamente «blandengues» (de poca fuerza o resistencia moral). Este último fenómeno aparece claramente expuesto en el libro Cómo mueren las democracias, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, que para nuestros efectos podría perfectamente llamarse: Cómo mueren los procesos constituyentes.

Junto a la polarización política o ideológica, podemos evaluar este fenómeno desde los afectos —ya sean positivos o negativos— que las personas tienen hacia los partidos o conglomerados políticos, así como hacia sus candidatos o figuras relevantes. Por un lado, la polarización afectiva mide los sentimientos positivos de identificación de las personas hacia su conglomerado, pero también los sentimientos negativos de rechazo o aversión hacia sus contrincantes ideológicos. En este sentido, la diferencia entre el afecto sentido hacia los correligionarios y la animadversión hacia los oponentes es lo que se denomina polarización afectiva [PÉREZ ZAFRILLA 2022].

Pensemos por un segundo en el siguiente contrafáctico: tenemos la posibilidad de retroceder en el tiempo y preguntarles a diferentes personas, que representan a su vez diferentes posiciones ideológicas, su apreciación sobre una determinada lista de candidatos a la Convención Constitucional o al Consejo Constitucional. Junto a la lista les ofrecemos una determinada escala para que indiquen el grado de simpatía o animadversión que les produce tal o cual candidato/a. Repetimos el ejercicio durante el proceso y al final de este. El resultado posible de este ejercicio hipotético es que el adversario político no es percibido con gran animadversión, ni mucho menos como una amenaza para el grupo. Como consecuencia de lo anterior, es posible pensar que un grupo importante de personas tendrá una imagen poco negativa de sus adversarios. Pero en una sociedad polarizada en sentido afectivo, el adversario sí es percibido como un peligro no solo para los fines del conglomerado, sino que incluso para la sociedad en su conjunto.
 
 
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Ahora bien, como liberal considero que la diversidad de posiciones religiosas, políticas y morales es un logro de las sociedades democráticas, y que todas las doctrinas comprehensivas razonables deberían tener cabida en la sociedad. Asimismo, estoy en desacuerdo en que el contenido de las diferentes visiones omniabarcantes de la sociedad tengan el derecho de estipular contenido específico en el texto constitucional con la intención de «proteger» los valores subyacentes a su específica concepción de persona y sociedad.  El argumento que puedo presentar para este desacuerdo descansa en un orden de prelación de los valores que una sociedad debe proteger en sentido político, siendo la democracia y la estabilidad social su norte. En este sentido, la polarización afectiva se convierte en un problema para la democracia no solo porque empuja a lo/as ciudadanos hacia posturas ideológicas extremas o incluso antidemocráticas, sino porque produce bloqueo institucional. Como lo sostiene Michael Sandel: «Hoy la polarización es tan profunda que es una incógnita si la democracia podrá recuperarse».

Si los diferentes sectores políticos solo están dispuestos a defender un conjunto estrecho de ideas, totalmente inasumible por los adversarios, la posibilidad de llegar a acuerdos disminuye considerablemente y la democracia se paraliza, dificultando enormemente abordar los problemas que afectan a la ciudadanía. Esto es en particular preocupante pues las diferencias entre votantes de distintos sectores políticos sobre los contenidos mínimos que debería tener una Constitución son menores que las diferencias basadas en la  moralización del debate público, moralización que es en gran medida la causa de comprendernos bajo una lógica maniquea de amigo/enemigo (o, como dijo el profesor Silva hace unas semanas, «una persona que está votando en la misma orilla del partido comunista se tiene que replantear el voto»).
 
 
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Todo lo que he descrito anteriormente nos lleva a la idea de las «cámaras de eco», de Cass Sunstein (2022); esas que fomentan la fragmentación de la sociedad y dificultan el debate democrático. Se produce una «cámara de eco» cuando los miembros de un grupo con ideas afines hablan entre sí —por ejemplo, los miembros de una bancada al interior de la Convención—, lo cual reafirma esas posiciones en común y las lleva hacia una posición más extrema, relegando a su vez a quienes tienen ideas más moderadas a una «espiral de silencio» [NOELLE-NEUMANN 1995]. Aquí la idea de posición extrema no tiene que entenderse en un sentido despectivo, sino más bien como la más persuadida. Lo del espiral del silencio describe cómo cuando las personas perciben efectivamente que su posición no es dominante al interior de un grupo, deciden no expresarla para mantener su reconocimiento al interior de este, haciendo así desaparecer de la esfera pública determinados planteamientos, en favor de aquellos con mayor prestigio social. Considero que esta idea también puede aplicarse a la discusión constitucional, exceptuando quizás el trabajo de la Comisión Experta.

Otra cuestión que resulta importante destacar es la idea de polarización artificial o percibida. Esta consiste en la tendencia de los sujetos a evaluar el grado de polarización que hay entre su grupo ideológico y el de sus adversarios. A pesar de que las personas tienen posiciones relativamente moderadas, muchas piensan que las de sus adversarios ideológicos son más extremas de las que realmente tienen. En este sentido, la polarización percibida es una falsa percepción de polarización. Un caso de lo anterior ha sido, por ejemplo, el programa Sin filtros.

La idea de polarización artificial resulta interesante para evaluar el proceso de competencia de los sujetos por mejorar su estatus en los medios de comunicación mediante una escala de expresiones emotivas, lo cual da como resultado un clima de aparente polarización amplificado por la dinámica viral. Un ejemplo de esto pueden ser las innumerables peroratas que Daniel Stingo ofrece regularmente en el programa La voz de los que sobran, así como también las de Hassan Akram, que siguen un modelo basado en el exhibicionismo moral de indignación aumentada, e incluso alterada. Junto a la artificialidad de la discusión en este tipo de programas, cabe señalar la enorme presencia de sesgos de confirmación por parte de lo/as panelistas, así como de la audiencia, sesgos que comprometen fuertemente la calidad epistémica de la información que ofrecen.
 
 
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Con lo dicho hasta aquí creo que tengo elementos suficientes como para señalar mínimamente algunas cuestiones fundamentales con respecto a los aprendizajes que podemos obtener del fenómeno de la polarización y su relación con el debate constitucional; sobre todo, con aquel que está por venir:

1. Resulta necesario tener claridad sobre la polisemia del concepto polarización para determinar hasta qué punto cuál de estos conceptos es el que resulta más apropiado para entender sus efectos en el debate constitucional actual y anticiparse a las dificultades que pudiera haber en el futuro;

2. como una consecuencia quizás implícita en lo dicho anteriormente, considero que es posible pensar que la polarización es un fenómeno natural, fruto de nuestra condición de seres sociales que buscan reconocimiento al interior de grupos determinados. Por tanto, el objetivo no es eliminar la polarización ni los mecanismos que influyen directamente en ella —por ejemplo, a través de una ley de medios de comunicación—, sino que lo relevante es especificar aquellos elementos de la polarización que influyen negativamente en el debate democrático;

3. en el ámbito social y político, y en particular en la discusión constitucional, reconocer la polarización artificial arroja múltiples ventajas, tales como permitir a los ciudadanos ser conscientes de cómo los contextos expresivos producen una polarización ficticia y amplificada que no deben fomentar; y ayudar a desenmascarar los discursos incendiarios al delatar su naturaleza puramente hiperbólica (de este modo, si los ciudadanos reconocen estos elementos, las consecuencias políticas serán de gran ayuda, ya que permitirán una mejor comprensión y reconocimiento de las ideas centrales que sostiene el adversario político).

Si lo anterior se intentase, se facilitarían los acuerdos y se fortalecería la democracia; algo que, en principio, se vio en el trabajo de la Comisión Experta, y que nosotros deberíamos empezar hacer desde ya pensando en el nuevo debate constitucional que, en una o dos décadas más, de seguro nos volverá tocar afrontar. 
 
 

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