Raymond Poulidor, junto a su director, Antonin Magne, en la habitación de un hotel.
Los periódicos de la época no escatimaban ni un elogio a la visita de la Vuelta a Francia a Barcelona en 1965. Adjetivos rimbombantes, parabienes por doquier. “Se volcaron la ciudad y los organizadores para proporcionar a todos los seguidores unas horas agradables y felices durante su estancia en la Ciudad Condal”, aseguraba La Vanguardia. “El Tour es una gran fiesta que en España se celebra con más apogeo del que esperaban los franceses. A su fastuosidad se unió el espíritu caballeresco y deportivo de los españoles”, sentenciaba el periódico barcelonés.
La carrera descansó en Barcelona un día, lo que dio para actos sociales relacionados con el Tour. El Ministerio de Información y Turismo organizó una cena para los periodistas de prensa, radio y televisión que seguían la carrera. La presidió el director general de Prensa, Manuel Jiménez Quílez, fiel colaborador de Fraga, y coautor de la Ley de Prensa de 1966. También acudió el delegado nacional de Educación Física, José Antonio Elola Olaso y Juan Antonio Samaranch, entonces vicepresidente del Comité Olímpico Internacional, que recibió la medalla del Tour junto a Manuel Serdán, presidente de la Federación Española de Ciclismo, y periodista durante años.
Acudieron casi todos los periodistas acreditados. Los españoles a la cabeza, para evitar cualquier contratiempo. Se leyeron discursos y todo acabó en buena sintonía, pero al llegar a Barcelona, donde había ganado Pérez Francés, algunos corredores no vieron por ninguna parte esa hospitalidad de la que se hablaba en los periódicos. Acostumbrados a ciertas penurias, y en algunos casos, a compartir literas en alojamientos improvisados allá donde no era posible buscar un albergue en condiciones, algunos de los ciclistas más destacados se encontraron con que, en una ciudad como Barcelona, la organización había dispuesto para ellos unos hoteles lamentables.
Poulidor, Foucher, Anglade y Maher, entre otros, fueron llevados a un establecimiento de cuarto orden en una zona poco recomendable de la capital catalana. El ambiente era irrespirable y la limpieza, cuestionable. Los corredores no pudieron pegar ojo en toda la noche, escuchando ruidos en la calle y pasando calor, así que Antonin Magne y Maurice De Muer, los directores de los dos equipos afectados, el Mercier y el Pelforth, formaron una delegación para acudir indignados a protestar ante la dirección general de la carrera, es decir, directamente ante Jacques Goddet y Felix Levitan, que, al parecer, ese día se encontraban de buen humor. Los rectores del Tour escucharon las quejas y tomaron una decisión en la que no escatimaron medios. Decidieron que los dos equipos se trasladaran para la noche siguiente del alojamiento dudoso al exclusivo hotel Ritz, en la Gran Vía, un cambio radical. Esa misma mañana, ordenaron el traslado, lo que no dejó de causar escenas curiosas cuando llegaron los ciclistas en ropa deportiva, culottes cortos, maillots ajustados, zapatillas con tacos y gorra, y se mezclaron con los habituales clientes de uno de los establecimientos más exclusivos de la ciudad, con vestidos elegantes las señoras; traje y corbata los hombres. Todo fuera por Poulidor y los demás, que pudieron descansar en cómodos colchones y con sábanas de buena calidad antes de una semana en la que debieron ascender, entre otros, el Mont Ventoux y el Izoard.
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